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II.
LOS LIBROS DE VIAJES DEL OCCIDENTE MEDIEVAL Tenemos que empezar por confesar una imposibilidad: la de la exhaustividad, causada por el enorme número de los textos que refieren un viaje. Se trata no sólo de las dificultades impuestas por el gran número de relatos, sino también de las engendradas por la diversidad de éstos: diversidad de sus propósitos, diversidad del perfil y del nivel intelectual de sus autores, diversidad del público al cual se dirigen, diversidad de las estrategias de su redacción. Otra dificultad es la impuesta por la ausencia de unas normas que garanticen la homogeneidad de este corpus textual: la preceptiva medieval, heredada de la antigua, no cuenta con reglas que establezcan las coordenadas de tal tipo de relación; los autores, en la medida en la cual tienen la conciencia de que un discurso escrito se elabora conformemente a unas pautas teóricamente establecidas, estarán obligados a aguantar el peso de la libertad y a elaborar sus propias estrategias: según veremos en la parte dedicada al análisis estilístico de los relatos castellanos de viajes, una de éstas será la de "importar" diferentes tipos de secuencias retóricas y de técnicas narrativas y utilizarlas con mayor o menor constancia. Esta falta de normas estilísticas determina que los relatos que narran un viaje sean de difícil clasificación, pudiéndose utilizar, para establecer una tipología, predominantemente criterios extra-literarios; estudiando los textos de viajes con tal tipo de criterios que pertenecen al historiador antes bien que al investigador literario, Jean Richard [1] ha propuesto una tipología que ya se considera como clásica en el campo de los estudios especializados referentes a los viajes y que seguiremos nosostros también, matizándola en ciertos puntos; su clasificación tipológica enumera y analiza las siguientes categorías de relatos: guías de peregrinación, relatos de peregrinación, relatos de las cruzadas, relaciones de embajadores y misioneros, relatos de exploradores y aventureros, guías de mercaderes, viajes imaginarios. En
lo que nos concierne, preferimos no tratar todos los tipos de textos anteriormente
mencionados como pertenecientes al mismo plano, sino que deslindamos, en el
corpus de los relatos de viajes dos categorías: la de los viajes reales
(que abarca los subtipos identificables según el propósito del
viaje y según la intencionalidad de los escritos que lo evocan, conformemente
a la clasificación de Richard, de la cual eliminamos, sin embargo,
los relatos de las cruzadas y las guías comerciales) y la de los viajes
imaginarios. Justificaremos, en las líneas siguientes, nuestra opción. Al enfocar los viajes imaginarios, se observa que se hallan éstos es una situación especial: si operáramos con el criterio de la ficcionalidad como criterio restrictivo, serían éstos los únicos que se podrían analizar dentro del campo de la literatura. Su rasgo esencial es, por consiguiente, el de contar con la dimensión de una ficción fundadora del texto, igual que – para poner, al azar, ejemplos de la época – la novela artúrica o la sentimental. Desde otro punto de vista, su elaboración no es, como en el caso de los relatos reales, la mera transcripción de una experiencia individual o de grupo, transcripción dirigida con propósitos informativos a un público más o menos extenso y en la cual se verifique la función testimonial por medio de la identidad autor/protagonista del viaje. En su marco, la función testimonial se utiliza como un artificio más de la ficción y los relatos imaginarios cuentan, por lo tanto, con un estatuto pseudo-testimonial. Utilizan, esto sí, en dosis variables, los procedimientos descriptivos y narrativos de los relatos reales, por mimetismo y para afianzar su pretendida autenticidad. En
lo que se refiere a la elaboración literaria propiamente dicha, se
redactan los viajes imaginarios por medio de un proceso de compilación
de datos cuyo origen se halla en la literatura erudita del tiempo (enciclopedias,
bestiarios, lapidarios, etc), en los "instrumentos" informativos
más apegados a lo práctico (mapas de diversa índole desde
los portulanos hasta los costosos mapamundis, libros de viajes reales) así
como en diversos textos – incluso textos de ficción – cuyo
contenido seudo-geográfico se podía adecuar a sus propios propósitos
(la "materia" medieval de Alejandro Magno, la apócrifa carta
del Preste Juan de las Indias, etc). En cuanto a los viajes reales, eliminamos los relatos de las cruzadas, considerando que éstos forman parte, tanto por la motivación de su redacción como por sus propósitos, del campo de la historiografía. Es verdad que la cruzada se pudo considerar/presentar ideológicamente como un iter Hierosolymitanum, como un itinerarium peregrinorum, pero la intencionalidad de los escritos cronísticos que relatan estos "devotos" itinera no es la de informar con respecto a la experiencia vivida de un viaje, sino la de poner por escrito, para la afortunada memoria de los venideros, los gesta de los ejércitos cruzados. También es verdad que de las crónicas de las cruzadas forma parte, muchas veces, la mención del itinerario seguido por las expediciones guerreras, pero esto no impide que la intencionalidad fundamental de dichos textos sea divergente de la de los relatos de viajes. Es posible que alguna crónica incluya una guía de peregrinación, como en el caso de la Continuación de Guillermo de Tiro [2] conocida bajo el nombre de Continuation du manuscrit de Rothelin. Pero el autor mismo declara explícitamente que el supuesto público puede prescindir del conocimiento de esta parte del texto, con lo cual la guía llega a representar en el marco del escrito historigráfico una unidad aparte introducida a manera de digresión:
Eliminamos, asimismo, las guías comerciales que, por su naturaleza, carecen de todo elemento que los pudiera vincular, por vagamente que fuera, con el discurso literario. Citemos a Jean Richard:
Una vez aclarada nuestra posición, pasaremos revista los principales relatos de viajes de la Edad Media, según la jerarquía impuesta por la complejidad de cada tipo/subtipo de texto. Como decíamos al principio del presente capítulo, nos será imposible ofrecer un inventario exhaustivo. Nos limitaremos a ilustrar cada "rúbrica" de la clasificación con los textos que nos parecieron ser los más significativos para un estudio literario y a los cuales, asimismo, repetidas veces aludiremos a lo largo de nuestro trabajo. Señalaremos, cuando se dé el caso, la existencia de textos castellanos pertenecientes a una u otra clase de relatos de viajes, pero sin presentarlos de forma detallada, presentación que forma el objeto aparte de un capítulo posterior. De tal forma, los relatos de viajes castellanos se enmarcarán de la manera más natural posible en su serie europea, siéndonos fácil poner de manifiesto sus comunes rasgos estilísticos.
Jean
Richard los trata en capítulos separados, considerándolos subtipos
distintos. Sin embargo, la justificación de tal actitud no nos pareció
suficiente para constituir dos categorías literariamente diferentes.
La motivación del historiador reside en que el objeto del narrador
no es el de contar la expedición, sino de mostrar cómo se manifiesta
la piedad del viajero que emprende el viaje de peregrinación; por otra
parte, si se da la coincidencia autor/protagonista del peregrinaje, la expresión
subjetiva de la experiencia del narrador predomina sobre el aspecto puramente
informativo de la guía [5]. Teóricamente, la distinción
puede parecer válida; pero en la práctica de la lectura no hemos
llegado a conclusiones fructíferas siguiendo esta pauta. Es difícil
encontrar un texto que no cuente de ninguna forma con la expresión
subjetiva del protagonista y la dosis en la cual se dé ésta
es de difícil aprecio para deslindar, únicamente a partir de
este criterio, dos tipos distintos de textos. Preferimos, por consiguiente,
presentarlos juntos, como representantes del nivel literario básico
y más sencillo del relato de viajes, en el cual la presentación
atenta y detallada del itinerario organiza fundamentalmente el texto, representando
el elemento literario privilegiado. Numerosos
textos se incluyen en este apartado de la tipología de los relatos
reales que facilitan a los peregrinos tanto el conocimiento de las rutas que
llevan a los santuarios como el de toda una serie de datos útiles para
el cumplimiento del propósito devoto: informaciones hagiográficas,
los gestos piadosos y, a veces, las plegarias "recomendadas", la
descripción de ciertos monumentos, incluso los precios que se pagan
para la visita de ciertos "objetivos". Es normal que la mayoría
de estas guías "giren" en torno a los principales centros
del peregrinaje medieval que fueron, según se sabe, Jerusalén,
Roma, y Santiago de Compostela. La más antigua guía de peregrinación
a los Santos Lugares (Itinerarium a Burdigala Jerusalem usque) se remonta
a la primera mitad del siglo IV, cultivándose abundantemente el género
a lo largo de toda la Edad Media, a pesar de que la desaparición de
los reinos fundados por los cruzados había dificultado la peregrinación. Una
muestra de estos "antecesores" de las guías medievales es
el texto redactado por una monja originaria probablemente de Aquitania o de
Galicia y fechado a finales del siglo IV (381–384) [6]: se trata de
la famosa Peregrinatio Egeriae, que caracterizaremos en algunas cuantas palabras
aunque no se trate ni de un texto castellano ni de uno medieval; sin embargo,
siendo uno de los más tempranos testimonios del género, creemos
que no es falto de interés dedicarle unas líneas. Los detalles con los cuales la monja cuenta cada una de las etapas de su peregrinación parecen demostrar que el propósito del texto no era sólo proporcionar información con respecto a las etapas del viaje, para el uso de algún viajero que emprendiera con posterioridad la misma acción devota, sino también hacer de tal forma que las venerabiles sorores a las cuales el texto va dirigido y que no habían podido acompañarla y gozar de la contemplación edificadora de los lugares de la Pasión y Resurección, realicen la peregrinación por medio de la lectura. Efectivamente, la estrategia de Egeria suele ser la de narrar las etapas de su viaje a base de secuencias que tienen, en sus líneas generales la misma estructura: mención del nombre del lugar visitado, evocación del suceso de la historia sagrada que allí había acontecido, cita, a veces, del pasaje bíblico ilustrativo:
Un
interesantísimo ejemplar medieval del género itinerarium está
representado por la guía de peregrinación integrada en el Liber
Sancti Iacobi [8], una compilación latina del siglo XII que se da como
obra redactada bajo la autoridad del papa Calixto II. Consta la compilación
de cinco libros: el primero representa una colección de sermones y
homilías en honor del Apóstol Santiago, además de dos
relatos sobre su martirio; el segundo – una recopilación de 22
milagros del mismo santo; el tercero – la historia de la traslación
del cuerpo desde Jerusalén a Galicia y de la ubicación del sepulcro,
interesante desde el punto de vista de las reminiscencias del proceso por
el cual el culto cristiano se sobrepuso a los cultos paganos locales; el cuanto
está constituido por la Crónica del arzobispo Turpín
o el Pseudo-Turpín, que relata las hazañas legendarias que versan
sobre la campaña hispánica de Carlomagno, con la derrota de
Roncesvalles y la muerte de Roldán. Finalmente, el quinto libro está
integrado por una guía de viaje dirigida a los que frecuentaban el
"camino francés" y que detalla en once capítulos los
aspectos de más interés para una peregrinación de la
época. De esta forma, en palabras de Jean Richard, " le guide
apparaît comme le complément d'un recueil destiné à
promouvoir le culte de l'apôtre [...] et à encourager la visite
de la sépulture"[9]. El
gran número de manuscritos que de esta compilación se conservan
demuestra el interés tanto edificador como pragmático que tal
tipo de texto podía suscitar en la Europa medieval. Las
fundamentales características del discurso literario integrado por los
textos pertenecientes a este nivel son el papel destacado otorgado al itinerario
como elemento organizador del relato y la predominancia de lo descriptivo –
según en el apropiado lugar veremos – en el interior de las secuencias
delimitadas por las unidades del itinerario; la integración de informaciones
eclesiásticas, hagiográficas o legendarias y el uso de la alusión
escrituraria, unidos a un inconfundible tono de piedad edificadora confieren,
asimismo, a estos textos, su nota particular. La
prosa castellana medieval no cuenta con este tipo de relato. Se
trata de textos que tienen su origen en iniciativas políticas y/o religiosas
y que, desde el punto de vista literario, representan una configuración
más compleja que la del guía-relato de peregrinación.
Esta complejidad, es verdad, se debe a motivos extra-literarios: por el carácter
de las misiones cumplidas, los protagonistas de tales viajes están
obligados a extender la esfera de su curiosidad: los aspectos geográficos
y religiosos ya no representan el interés fundamental del texto, la
atención del autor dedicándose también a los aspectos
históricos, políticos, militares que llegan a constituir, muchas
veces, amplias digresiones, cuando no se convierten en verdaderos enfoques
monográficos; lo que importa en primer lugar no es la auto-edificación
moral y espiritual – aunque tampoco esta actitud se excluya completamente
– sino el conocimiento de una realidad diferente y la comunicación
de este descubrimiento. En este último sentido, los textos se configuran
a base de ciertas pautas recurrentes: la descripción de regiones/ciudades/monumentos,
la presencia del cuadro de los mirabilia, y, en muchos casos, la relación
de episodios de una aventura personal; además, representan tales misiones
la idónea oportunidad de averiguar los conocimientos científicos
de su época, rectificando, en cientos casos, con actitud crítica,
determinados datos. Un
importante número de relatos pertenecientes a esta categoría
se ha redactado en una circunstancia histórica que se puede determinar
con exactitud: la intempestiva irrupción de los mongoles y su amenazador
avance hacia Europa. Gengis Kan (1167–1227), el fundador del poderío
tártaro, dejó a su muerte un imperio que se extendía
desde el Pacífico hasta el Dnieper. Ogodai (1229–1241), su sucesor,
conquistó Persia y el nieto de Gengis Khan, Batu, tomó entre
1237 y 1240 Riazan, Vladimir y Kiev, para luego invadir y devastar Polonia
alcanzando Silesia (victoria tártara de Leignitz en 1241), derrotar
a los húngaros, tomar Pest (1241) y llegar hasta cerca de Viena. Su
soberanía sobre Rusia duró hasta 1481 y los últimos representantes
del khanato de la Horda de Oro de Crimea, fundado por Batu, llegaron hasta
1783. En 1245, en el Concilio de Lyon, Pedro de Rusia informa con detalle
sobre el peligro mongol que sólo gracias a una providencial casualidad
(la muerte de Ogodai y los sucesivos conflictos dinásticos) se había
alejado de la Europa Central. Como
consecuencia de dicho Concilio, el papa Inocencio IV envía al Khan
tres grupos de embajadores con la doble misión de negociar la paz con
las hordas tártaras y de convertirlas al cristianismo [10];
de estas tres embajadas, sólo dos han tenido como resultado sendos
textos testimoniales: la memoria que de su entrevista con el Khan dejó
Simon de Saint Quentin, memoria que conocemos gracias a su integración
en el Speculum historiale de Vincent de Beauvais, una de las más importantes
enciclopedias medievales; el otro texto es el redactado por el franciscano
Juan del Plano Carpino (1180–1252), a su vez embajador de Inocencio
IV, cuya misión se desarrolla entre el 6 de abril de 1245 y el 9 de
junio de 1247. A lo largo de su viaje el fraile toma apuntes y redacta partes
del informe destinado al papa y que hoy se conoce con el título de
Historia mongalorum. El enorme interés despertado por tal escrito está
demostrado por el hecho de que, al regresar, debió de ceder a la curiosidad
de sus coetáneos y dejar copias del borrador en Polonia, Bohemia, Alemania,
Lieja, Champaña [11]. Su relato fue también aprovechado por
Vincent de Beauvais e incluido en el Speculum historiale. Otra
interesantísima relación del viaje que también se puede
interpretar como una consecuencia de la política preconizada por el
concilio de Lyon es la de Guillermo de Rubruk, embajador-misionero enviado
por el rey francés San Luis que aún se ilusionaba con la posibilidad
de aprovechar para sus proyectos de cruzada una alianza con el emperador de
los mongoles eventualmente convertido a la fe cristiana. El fraile franciscano
cuya misión se desarrolla entre 1253–1255 deja el testimonio
escrito de ésta bajo la forma de una carta dirigida al rey. Recordemos
también, seleccionándolo entre muchos otros relatos referentes
a actuaciones de predicación y conversión de los infieles orientales
[12], el que Odorico de Pordenone (c. 1286–1331), después de
haber pasado doce años en las misiones fundadas por los franciscanos
en Asia, le ha dictado a su hermano de Orden, Guillermo Solagna, en 1330.
Según se verá, el fraile orienta su discurso hacia un rumbo
diferente del de sus antecesores, refiriendo sólo de forma sumaria
su labor misionera, la diversidad de creencias de las comunidades humanas
que recorre, la posición que su Orden ocupa en tierras asiáticas;
lo que sobre todo le interesa es dar testimonio de los aspectos extraordinarios
conocidos a lo largo de su viaje, enmarcándose su texto entre los destinados
a la descripción de mirabilia. En este sentido no representa el libro
de fray Odorico un caso aparte: el dominicano Jourdain Catalá de Séverac,
obispo de Colombo, escribe hacia 1329 sus Mirabilia descripta que presentan,
además del itinerario de ida y vuelta, las maravillas asiáticas
agrupadas por materias: flora, fauna, razas, costumbres, humanas, ritos religiosos.[13] Mencionemos
de paso que la prosa castellana posee una importante muestra del relato de
una embajada, que hará el objeto de una detallada presentación
en un capítulo posterior: la Embajada a Tamorlán, informe diplomático
redactado en la cancillería del rey Enrique III de Castilla con posterioridad
a la conclusión de la misión desarrollada entre 1403–1405,
también una "misión tártara", con vistas puramente
políticas pero en la cual la información clerical ocupa un lugar
destacado y que, según todas las apriencias, cuenta con un autor colectivo. Aunque
la formación intelectual de los tres autores que hemos seleccionado
debió de ser la misma (se trata de tres clérigos, incluso pertenecientes,
los tres, a la misma orden, la franciscana), aunque participan los tres relatos
de la misma intencionalidad informativa y a pesar de contar con referentes
casi idénticos, a pesar, además, de ser casi contemporáneos,
la configuración de cada uno de los textos presenta peculiaridades
que lo individualizan con respecto a los demás. Así,
el relato de Juan del Plano Carpino está organizado en dos apartados
diferentes: una parte dedicada a la descripción etnográfica
de los tártaros (geografía, fisonomía, religión,
costumbres, historia, organización del ejército y forma de guerrear,
comportamiento con respecto a sus súbditos); insiste el fraile en divulgar
los proyectos guerreros de los mongoles y en aconsejar sobre las maneras de
combatir en contra de ellos. Esta parte de su escrito apenas pudiera enmarcarse
entre los relatos de viajes representando, como acabamos de decir, un detallado
enfoque etnográfico redactado con un evidente propósito informativo;
la segunda parte es la gracias a la cual podemos considerar el libro entre
los relatos de viajes: representa el itinerario de ida y vuelta, trazado en
gran parte con bastante imprecisión geográfica y referido en
la primera persona del plural que incluye, probablemente, a su compañero
de viaje; sin embargo, teniendo en cuenta el hecho de que no hay en el relato
huella alguna de la reacción personal del fraile y conocida la devoción
que los franciscanos dedican a la humildad, hay que considerar que se trata
de un plural de modestia. Le falta por completo una de las secuencias literarias
que, según veremos, aparece en la mayoría de los relatos de
viajes, la descriptio urbis; es interesante su actitud con respecto a los
mirabilia de las tierras orientales: las menciona repetidas veces –
al fin y al cabo, una autoridad como el propio San Isidoro acreditaba su existencia
– pero haciendo constar que no se trata sino de información de
oídas [14]. La intención del fraile es la de ofrecerle al papa
un informe que contara con todos los caracteres de la objetividad: la aventura
personal del viajero contada en la esfumada primera persona del plural y situada
después del informe etnográfico, la presentación de una
lista de testigos que pudieran acreditar la verdad del relato, la citada mención
final referente a la existencia de las variantes previas del texto, las aclaraciones
concernientes a la información recibida sólo de oídas. Posterior
sólo en algunos cuantos años, la relación de Guillermo
de Rubruk comporta caracteres diferentes de la de Juan del Plano Carpino:
en primer lugar, le gusta a fray Guillermo situarse en el primer plano de
su redacción que, por lo tanto, cada vez que quiere poner de relieve
su propia actuación o reacción personal, deja de lado la primera
persona del plural con la cual se refiere al conjunto de los miembros de la
embajada para utilizar el "yo". De esta forma, la relación
de la aventura personal llega a ocupar un lugar significativo en el marco
del relato de viajes. Su información sobre la organización de
los tártaros es mucho más reducida que la de su predecesor,
y carece de la organización rigurosa de la cual se había valido
el fraile Juan, pero la perspectiva propia que de éstos presenta, la
selección de los detalles que denota una fina percepción de
la alteridad y la comparación que alguna que otra vez esboza entre
el mundo mongol y el europeo concede a su texto un encanto particular. El
relato de Rubruk es un verdadero libro de viajes, que se ha muchas veces comparado
al reportaje moderno; su información referente al itinerario y a los
espacios geográficos recorridos es siempre matizada y atractiva, incluso
presentada con humor y auto-ironía [15].
Tampoco falta el enfoque crítico con respecto a los conocimientos científicos
procedentes de los textos de las auctoritates [16]. Aunque se trata de una
carta dirigida al rey, cuya principal función es la informativa, la
objetividad del tono aparece matizada por notas de subjetividad y humor crítico
que forman la característica especial de este texto. Distinta es la orientación del libro de Odorico de Pordenone, confesada por el propio autor:
De
esta forma, la atención del autor se dirige predilectamente hacia la
relación de mirabilia, incluyendo en la esfera de éstos tanto
las maravillas orientales heredadas de la tradición greco-latina (pigmeos
[18]), como datos referentes
a las plantas exóticas (pimienta, ruibarbo [19]),
y a la existencia de animales descomunales [20],
descripciones de edificios suntuosos y de todo tipo de riquezas [21],
referencias a ritos y costumbres chocantes (sati, canibalismo [22]); asimismo,
va a narrar Odorico, integrándolo entre los hechos extraordinarios
referidos por su libro, un relato hagiográfico: el martirio, en Tana,
de los cuatro frailes menores cuyos huesos Odorico depositará en una
sede franciscana de Zaitón; se observa que en el relato del fraile
se juntan datos librescos que configuran un paisaje imaginario de dimensiones
fantásticas, hechos reales interpretados como maravillosos desde la
perspectiva del por el cual representan absolutas novedades, elementos de
lo milagroso cristiano. Se
nota, asimismo, la preferencia de Odorico por ceder al "mito" de
la riqueza oriental, característico de la Edad Media. Desde este punto
de vista, sería interesante comparar su descripción de la isla
de Ceylán, por ejemplo, con la correspondiente descripción de
Marco Polo. Éste refiere: las dimensiones, la "historia geológica"
de la isla, el régimen político, la religión de los habitantes
y sus costumbres alimenticias e indumentarias, las riquezas de la isla (vegetales
y piedras preciosas), el intento de Kublay-Khan de comprar un inmenso rubí,
las costumbres guerreras de los aborígenes [23].
En cambio, Odorico va a hablar sobre: las dimensiones, la abundancia de animales
salvajes, una leyenda referente a Adán y a Eva (no aceptada, sin embargo,
por el fraile), un lago cuyo "fondo está cubierto de piedras preciosas"
que los pobres de la isla tienen la licencia real de "pescar" según
un curioso procedimiento que se refiere, un río que lleva al mar piedras
preciosas y perlas, animales que "no hieren a ningún hombre extranjero
sino sólo a los nativos del lugar", "pájaros como
ocas con dos cabezas", abundancia de víveres [24]. Es
evidente que la selección del fraile se orienta preponderantemente
hacia lo extraordinario, aunque alguna que otra vez se refiere de forma crítica
a las exageracines de la "leyenda oriental" [25]
o insiste en acreditar la verdad de sus afirmaciones sea por medio de su testimonio
personal, sea por el carácter fehaciente de los testigos consultados
[26]. Observamos,
por consiguiente, que en el marco de un apartado cuya homogeneidad tendría
que estar asegurada por la formación de los autores, por su proximidad
cronológica, por la relativa solidaridad de sus intereses, se da una
notable diversidad de textos, tanto desde el punto de vista de la perspectiva
que sus autores les imprimen, como desde el de la selección del material
presentado. Relatos
de exploradores y aventureros
Es
difícil distinguirlos, desde el punto de vista literario, de los precedentes;
como nivel de complejidad del relato, nada añaden a lo que hemos ya
estudiado en el apartado anterior: se anotan el itinerario y el orden cronológico,
se basan en la descripción geográfica, etnográfica y
de los mirabilia, se apunta cierta información histórica/legendaria;
el molde es, como en los demás casos, permeable, permitiendo las digresiones
de todo tipo y la inserción de esquemas retóricos como el de
la descriptio urbis o del retrato, por ejemplo. La diferencia residiría
en que en este tipo de relatos la atención no se centra sólo
en la presentación de datos informativos sobre geografías desconocidas,
sino también en las aventuras personales del viajero consideradas desde
una perspectiva (auto)biográfica; si a fray Guillermo de Rubruk le
gustaba presentarse a sí mismo como a una figura de primer plano, sin
embargo, su protagonismo se limita a los acontecimientos del viaje que está
narrando y que representa el único episodio de su existencia que está
puesto de relieve por medio del relato que no nos transmite nada sobre los
sucesos anteriores o posteriores de la trayectoria vital del autor; no sabemos
qué papel ha cumplido el viaje en el marco de su biografía posterior,
así como nada sabemos, por medio del relato, con respecto a los acontecimientos
anteriores al viaje. Por
el contrario, en los relatos que estamos evocando en este apartado, en la
narración de la aventura personal recae un acento (casi) igual de fuerte
que en la descripción de los territorios recorridos. Lo que se nos
ofrece es, claro está, un itinerario geográfico, pero también
uno (auto)biográfico y, a veces, un itinerario espiritual. Es
lo que sucede con el relato de Nicolo dei Conti recogido por Poggio Bracciolini
(que formará el objeto de un excurso detallado). Poggio lo enmarca
como libro separado en su Historia de varietae fortunae, justificando su inclusión
precisamente en la importancia que concede al trayecto biográfico del
viajero, trayecto que se constituye en una clase de exemplum referente a la
fuerza de la fortuna. Efectivamente, la primera parte del relato está
constituida por el itinerario geográfico del viajero a través
del cual se refieren, al mismo tiempo, los acontecimientos biográficos
de éste. Representa
un caso aparte el libro de Ghillebert de Lannoy [27] que anota la lista de
los viajes emprendidos entre 1399–1446: campañas militares, tres
viajes a Jerusalén, una expedición en Prusia, viajes a Novgorod,
el recorrido por Bohemia, su embajada en Hungría y su peregrinación
a la entrada del Purgatorio de San Patricio: los elementos básicos
de su libro son el itinerario y la narración de la aventura personal,
el lugar concedido a la descripción geográfica siendo escaso. Por
el contrario, en su conocidísimo libro, Marco Polo, después
de pasar veinticuatro años (1271–1295) en tierras asiáticas
llegando a ser uno de los hombres de confianza del Khan Kubilay, prefiere
el molde de una "descripción del mundo", en la cual los recuerdos
personales sirven de apoyo testimonial a la deslumbrante realidad evocada;
sin embargo, aunque no insiste en ella, la trayectoria de la vida del protagonista
se esboza en el telón de fondo del relato. En cuanto a los relatos que anotan una trayectoria espiritual ocasionada por un viaje, citaremos los ejemplos que utiliza Jean Richard:
En
la prosa castellana, Pero Tafur escribe la relación de un viaje que
se enmarca entre los que en este apartado hemos evocado, relación en
la cual el peso del elemento autobiográfico ha hecho posible su análisis
desde la perspectiva del incipiente género autobiográfico en
el siglo XV [29]. Los
viajes imaginarios
Anotábamos
al principio de este capítulo que las características de esta
categoría de textos estriban en su ficcionalidad y en su elaboración
a base de un proceso de compilación. El
viaje ficticio que en la Edad Media ha conocido una inmensa fama, –
se ha copiado en centenares de manuscritos de los cuales, hoy en día,
se conservan poco menos de trescientos y se ha traducido del francés
al latín, alemán, inglés, flamenco, danés, italiano,
aragonés, catalán – es el de Juan de Mandevilla. Redactado
en torno a 1357 ha pasado durante mucho tiempo por el auténtico diario
del viaje que narraba (Cristóbal Colón lo consideraba como tal):
una peregrinación a Jerusalén seguida por un trayecto a través
de los territorios musulmanes hasta la India y la China dominada por los mongoles
donde el protagonista está al servicio del Khan para tener la oportunidad
de visitar más países, todo finalizado con el regreso a través
del Asia interior. Las
fuentes de los Viajes se han rastreado cuidadosamente por la investigación
filológica y sería interesante, quizás, enumerarlas a
nuestra vez, para sugerir cuántas "piezas" y de cuántas
índoles entran en la composición de un texto de este tipo [30]: •
relatos de viajes: el Itinerarium de Odorico de Pordenone
(1330), el Itinerarium de William de Boldensele (1336), el Itinerarium de
Juan del Plano Carpino (c. 1247), los Viajes de Marco Polo (fines del siglo
XIII), el Itinerarium de Guillermo de Rubruk (c. 1255); •
textos de carácter didáctico-histórico:
la Fleur des Histoires d'Orient (antes de 1308) del príncipe armenio
Haitón, la Historia Hierosilimitanae Expeditionis (1125) de Alberto
de Aix, la Historia Hierosolimitana de Jacques de Vitry (antes de 1240), el
Tractatus de statu Sarracenorum de Guillermo de Tripoli ( c. 1270); •
enciclopedias: los Speculum Naturale y Speculum Historiale
de Vicente de Beauvais (c. 1250) y, a través de éstos, las fuentes
del enciclopedista, Plinio, Solino, Isidoro, etc; •
apócrifos: la Carta del Preste Juan; •
textos literarios de ficción: poemas de los ciclos de Alejandro,
Carlomagno y Artús; •
textos hagigráficos: la Leyenda Aurea de Jacobo de
Voragine; •
un tratado de lenguas: De inventione linguarum de Hrabanus
Maurus. A
base de una selección que parte de todo el material presentado y que
demuestra un buen conocimiento del gusto del público, Mandevilla escribió
un libro en el cual lo real se mezcla a lo fabuloso de una forma encantadora,
constituyéndose, prácticamente, en un compendio de mirabilia
de su época. La prosa castellana cuenta con dos libros de viajes ficticios: el Libro del conosçimiento... y el Libro del Infante don Pedro de Portugal.
[1] Jean Richard, Les récits de voyages et de
pèlerinages, Turnhout-Belgium, Brepols, 1981, págs. 15–35. [2] Utilizamos los nombres propios según la tradición
bibliográfica española, que no sigue un criterio riguroso: se
conservan formas de la lengua-base (ej.: Simon de Saint Quentin), pero se utilizan
también formas parcialmente españolizadas (ej.:Honorio Augustodunensis,
Vicente de Beauvais) y formas integralmente epañolizadas (ej.: Plinio,
Suetonio, Guilermo de Tiro, Juan de Mandevilla). [3] Recueil des Historiens des Croisades, Historiens
Occidentaux, Tome II, Paris, Imprimerie Impériale, 1859, pág.
490. [4] Jean Richard, op. cit., págs. 33–34. [5] Ibidem, págs. 20, 23. [6] Veikko Väänänen, Le journal-épître
d'Égérie (Itinerarium Egeriae). Étude lingüistique,
Helsinki, 1987, págs. 7–14. [7] Itinerarium Egeriae en Itineraria et alia geographica,
Turnhout, Brepols, 1965 (Corpus Christianorum, Series latina, 175), pág.
50. [8] Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus, CSIC, Santiago
de Compostela, 1951. Traducción por A. Moralejo, C. Torres y J. Fero,
prólogo por A. Moralejo, págs. VII–XI. [9] Jean Richard, op. cit., pág. 15. [10] La idea de convertir al cristianismo a los asiáticos
aparece mucho antes: se concretiza en el "mito" medieval del Preste
Juan, soberano cristiano de las Indias del cual se hablaba en Europa ya desde
la primera mitad del siglo XII y al cual el papa Alejandro III había
enviado en 1177 una embajada con vistas a conseguir una alianza que cogiera
entre dos fuegos al Islam. [11]T'Serstevens, Los precursores de Marco Polo, Barcelona,
Orbis, 1965, pág. 175: "Rogamos a todos los que lean este libro
que no mutilen ni añadan nada en él, porque hemos escrito con
la mayor veracidad, sin añadir nada a sabiendas – ponemos a Dios
por testigo –, todo lo que hemos visto u oído decir por otros a
quienes creemos dignos de fe. Pero muchas personas por cuyas casas hemos pasado
en Polonia, Bohemia, Alemania, Lieja y en Champaña, han podido leer lo
que hemos escrito en él y han sacado copia antes de que el texto fuera
completo y totalmente corregido, porque no teníamos tiempo disponible
para terminarlo de manera definitiva. Por lo tanto, nadie se extrañará
de que en esta versión haya más cosas y mejor presentadas que
en aquéllas, porque cuando hemos podido disponer de tiempo, hemos corregido
enteramente esta última y completado las que no lo estaban todavía." [12] No vamos a presentar más detalladamente
otros relatos misioneros, por no contribuir a ilustrar, desde el punto de vista
literario, nuevas características; sin embargo, mencionaremos unos cuantos
más, porque demuestran la amplitud del fenómeno: el Liber peregrinationis
de Ricoldo de Montecroce (1250–1320), autor asimismo franciscano que por
encargo del papa Bonifacio VIII emprendió un viaje de evangelización
que lo llevó, a través de los Lugares Santos, Siria y Palestina,
hasta Bagdad; su libro narra tanto los detalles de su actividad misionera, como
los referentes a los ritos y a las costumbres de los pueblos con los cuales
entró en contacto. Las Cartas del fraile franciscano y arzobispo de Pekin,
Juan de Montecorvino (1247–1328), cuya misión empezó en
1269 y cuyas cartas refieren el progreso de las misiones católicas orientales; [13] Mirabilia descripta. Les merveilles de l'Asie
par le père Jourdain Catalani de Séverac. Texte latin, fac-simile
et traduction française avec introduction et notes par Henri Cordier,
Paris, Librairie Orientaliste Paul Geuthner, 1925. [14] T"Serstevens, op. cit., pág. 159:
"Pero, cuando atravesaban los desiertos, encontraron unos monstruos, según
lo que nos han asegurado, que apenas presentaban aspecto humano, a no ser porque
tenían un solo brazo con una sola mano en el centro del pecho y un solo
pie. Se colocaban de dos en dos para tirar con el arco y corrían tan
deprisa que los caballos no podían atraparles. Corrían sobre un
solo pie, saltando, y cuando estaban cansados de correr de esta manera, avanzaban
sobre la mano y el pie, dando vueltas casi en círculo. Por esto Isidoro
les llama "ciclopes" [...]. Según lo que nos dicen los clérigos
rusos que vivían en la corte del emperador, varios de entre ellos vinieron
en embajada a la corte del emperador con el fin de permanecer en paz con él". [15] T"Serstevens, op. cit. , pág. 218:
La audiencia a Batu: "Estábamos allí: los pies desnudos,
con el hábito de nuestra Orden, las cabezas descubiertas, y de esta guisa
éramos un gran espectáculo a nuestros propios ojos." [16] T'Serstevens, op. cit., pág. 217: "Respecto
a esta región, Isidoro dice que en ella hay perros tan grandes y tan
feroces que vencen a los toros y matan a los leones. Lo que hay de cierto en
ello, según he podido saber a través de gente que me lo ha explicado,
es que en los alrededores del océano del norte, la gente hace arrastrar
los carros por perros a causa del tamaño y fuerza de éstos." [17] Odorico da Pordenone, Relación de viaje,
introducción, traducción y notas de Nilda Guglielmi, Buenos Aires,
Biblos, 1987. [18] Ibidem, pág. 76 [19] Ibidem, págs. 60, 85. [20] Ibidem, pág. 52. [21] Ibidem, pág. 64. [22] Ibidem, págs. 61, 86. [23] El libro de Marco Polo anotado por Cristóbal
Colón. El libro de Marco Polo de Rodrigo de Santaella, edición,
introducción y notas por Juan Gil, Madrid, Alianza, 1987, págs.
142–143. [24] Odorico da Pordenone, op. cit., págs. 68–69. [25] Ibidem, pág. 85: "no es verdad sino
la centésima parte de todo lo que se narra de él [del Preste Juan]." [26] Ibidem, págs. 70 y 84: "Allí
se dan otras muchas cosas novedosas acerca de las que no escribo porque si alguien
no las viera no podría creerlas porque en todo el mundo no hay tales
ni tantas maravillas cuantas se ven en este reino. De estas cosas – acerca
de las cuales hice escribir – estoy seguro y no dudo en absoluto que sean
como yo las refiero." "Narraré otras cosas maravillosas a pesar
de que yo no las vi por mí mismo, pero que escuché de personas
dignas de fe." [27] B. Van de Walle, "Sur les traces des pèlerins
flamands, hennuyers et liégeois au monastère Sainte-Catherine
du Sinaï", Handelingen van het Genoostschap "Société
d'Émulation" te Brugge, 101, 1964, págs. 119–125. [28] Jean Richard, op. cit., pág. 31, n. 36. [29] Cf. Rafael Beltrán, "Sobre el género
del Tratado de Pero Tafur: entre el libro de viajes y la autobiografía",
Actas del II Congreso Internacional de la AHLM, Segovia, 1987. [30] Cf. Juan de Mandevilla, Libro de las Maravillas
de mundo, edición. introducción y notas de Pilar Liria Montañés,
Zaragoza, Caja de Ahorros, 1979, pág. 18 de la "Introducción". |
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